Como un niño de ocho años que, a la vuelta al cole en septiembre, se encuentra de nuevo con sus compañeros de clase. Esa misma sensación fue la que pudimos disfrutar los miembros de la junta de la Asociación Cultural de Sumilleres de La Rioja en la tarde del pasado jueves 21. Tras más de dos meses de confinamiento y reuniones virtuales, el escenario para reunirnos en persona fue inmejorable gracias a la amable generosidad de Bodegas Altanza. David y Carlos, gerente y enólogo de la bodega respectivamente, fueron dos magníficos anfitriones que no solo nos acomodaron perfectamente para celebrar la reunión en el porche que rodea uno de los jardines. También nos hicieron volver a sentir esa conexión que se experimenta cuando pones tus pies de nuevo sobre las calles de una viña, cuando te quedas mirando fijamente a esas vides que ya están en plena floración y rezuman vida por cada una de sus hojas, por cada uno de sus pámpanos, y que según las observas te están diciendo: “estamos creciendo para haceros disfrutar con nuestro mosto”.
Bajo un sol de justicia, impropio de esta época del año, en una tarde de luz limpia que invitaba a seguir y seguir admirando la pequeña parcela de viñedo que hay junto a las instalaciones de la bodega, debidamente “envueltas” con sus fantásticos y cuidadísimos jardines, nuestros pasos volvieron hacia el “patio ajardinado”, mezcla quizás de un claustro benedictino y de un cortijo andaluz.
Además de la inmensa paz con la que nos obsequiaba el entorno, nuestros anfitriones nos hicieron disfrutar de dos vinos francamente fabulosos. El primero de ellos, cuyo nombre aún está por definir, procede de una parcela de viñedo de más de 80 años situada en ladera en el entorno del Camino Viejo de Fuenmayor, vendimiada en pequeñas cajas y fermentada con levaduras autóctonas. Un tempranillo de tonos violáceos, con una nariz llena de frutos rojos y con ese tono a madera tras su “corta estancia” en barricas de roble francés. Un vino aún en proceso de afinado en botella que en boca nos muestra una astringencia muy equilibrada y que ayuda a aportar una redondez hasta el punto de convertir el vino en súper sabroso.
Y en segundo lugar nos hicieron disfrutar también con un oloroso de 40 años, fruto de su nueva y seguro de que existosa “aventura” en el marco de Jerez. Un oloroso con una nariz que enamora como para quedarse con la “napia” metida en la copa hasta Navidades si hiciera falta -¡madre mía del amor hermoso, qué manera de disfrutar con el olfato!-. Con gran predominio de frutos secos, en boca resulta super envolvente por lo graso y seco. Un verdadero “copazo”.
Perfectamente acomodados en una mesa que cumplía adecuadamente las medidas de distanciamiento impuestas por Sanidad, tuvimos tiempo de debatir los temas previstos en la convocatoria de la Junta, que ahora tienen como prioridad la elaboración de un programa de formación anual y la vuelta a las actividades que veníamos desarrollando en la Asociación.
Difícil encontrar una mejor manera de volver “a pie de viña” tras este largo y dramático periodo de Covid que hemos atravesado y que aún queda por recorrer. Fue un verdadero lujo, placer y honor poder olvidar por unas horas los difíciles momentos que estamos atravesando gracias a la siempre placentera compañía de las viñas y de los grandes vinos, así como, sobre todo, de las grandes personas. Un millón de gracias a David y Carlos, un millón de gracias a Bodegas Altanza.
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