Pero antes de las tablas de madera colocadas en forma de circunferencia ovalada la rigidez del cemento impregnaba las bodegas de antaño, utilizando las mismas paredes de las instalaciones. A esa época se remontaron Carmen Enciso y Luis Valentín hace 21 años cuando decidieron crear su primer proyecto en común en Ollauri con 16 vasijas de 15 y 25 litros.
Podían haber optado por toneles de madera o, mejor aún, por depósitos de acero inoxidable, más manejables y modernos. Pero no. Ellos querían trabajar en los mismos recipientes con los que elaboraban hace siglos. Eso sí, con la tecnología del siglo XXI aplicada, con una mayor limpieza, controles de temperatura y protección acústica porque en el cemento de antes la acidez del vino hacía estragos y acababa por devorar las paredes.
«El acero inoxidable nunca fue una opción para nosotros, porque aunque es más cómodo a la hora de trabajar y requiere de menos mano de obra, también tiene sus inconvenientes. Por ejemplo, si dejas mucho tiempo el vino ahí el color acaba mateado. También hay más cargas de ionización y los ruidos generan microvibraciones que atraviesan las finas paredes del acero. Además, la evolución del vino es más aleatoria y rápida», señala. «Y tampoco queríamos darle madera a la fruta nada más empezar, por lo que los tinos estaban descartados».
«En el cemento, en cambio, hay elegancia, hay nariz, color y viveza sin alteraciones. Hay juventud a la vez que longevidad. Esto es una apuesta total porque al final cuando haces una bodega nadie te dice cómo tienes que elaborar. Pero también nos fijamos en nuestros vecinos galos, y muchos de ellos no los han quitado. Además, no vamos a poder crecer más, esto es todo lo que da la bodega”, asegura mientras recorre la sala de depósitos de unas instalaciones sin grandilocuencias, un espacio práctico a la vez que bello donde el arquitecto riojano Alfonso Samaniego puso mente y cuerpo.
Y es ese sentimiento de «hacer todo por el vino» lo que les llevó hace tres años a dar un paso más en esa perdición que la pareja de Valenciso tiene hacia el cemento (todos sus tintos fermentan y estabilizan en estos depósitos y solo prueban madera cuando reposan en barrica).
Racimos de tempranillo tinto vendimiados en 2018 lucen ya embotellados a la espera de salir con fuerza al mercado, así que es una creación «confidencial». Pero el trabajo más duro ya está hecho y la confianza de sus creadores es plena: «Lo hicimos por casualidad, por probar. No somos mucho de hacer experimentos, pero en el mundo del vino siempre hay que probar cosas para descubrir nuevos potenciales. Esta vez ha habido suerte y lo cierto es que nos enamora el resultado. Quienes ya lo han probado hablan de que se trata de una juventud bien hecha».
Ese romanticismo se palpa en un solo trago de su Valenciso Cemento, criado y envejecido en estos depósitos, un tinto que no conoce madera. «Vivo, fresco, sabroso, redondo, muy placentero al beberlo. Cada vez que lo pruebo me sabe diferente». Así que, aunque meses más tarde de lo esperado, Valenciso está de estreno este 2021 con sus 10.000 botellas (la mitad destinadas a los mercados exteriores) de puro cemento, su perdición.
«Estamos encantados porque tiene mucho futuro, es algo diferente a la vez que complicado». Un vino, además, no apto para cualquier añada. «La de 2019, por ejemplo, no va a salir porque no nos gusta lo suficiente, le falta equilibrio, y para la de 2020 ya veremos después de valorarla. Sabemos lo que cuesta ganarse el prestigio y hacer una marca en la que confíe el cliente. Tuvimos que ir probando añada tras añada, demostrando que teníamos coherencia y no era un golpe de suerte. Que hacíamos las cosas bien y duraban en el tiempo», insiste Carmen.
Algo similar ocurrió en las añadas de 2003 y 2013, cuando la bodega tan solo tenía en su catálogo de vinos un Reserva y con el que aguantaron más de una década con todo el riesgo que eso supone: «Las uvas de aquellos años no daban la talla para elaborar el tinto de Valenciso. Durante el verano de 2003 hizo un calor terrible que provocó miles de muertes en Europa, mientras que en 2013 las abundantes lluvias dejaron a las bayas sin acidez. No podíamos sacar un vino de aquellas vendimias».
Con los años el catálogo de vinos de Valenciso ha ido reforzándose con creaciones más especiales, como el blanco fermentado en barrica de roble procedente del Cáucaso, que respeta mucho más la fruta. «Un vino cremoso con viura y garnacha muy diferente a lo que puedes ver en Rioja, que envejece como los tintos» y en cuya elaboración echó una mano el enólogo y decano de la Universidad de Burdeos, Denis Dubourdieu. «Hemos pasado de hacer 800 botellas a 10.000. Ahora es el momento de los blancos, lo dice el mercado. Además, la viura vieja cada vez se revaloriza más».
A las 3.000 botellas de rosado se suma el Graciano 2017, del que se elaboró una pequeña partida y se agotó al poco de salir. «Fue todo un éxito, sin duda». Luego llegaría para completar «la familia numerosa» Valenciso 1o años después, otra de las grandes obras de Carmen y Valentín. «Lo embotellamos a los diez años de elaborarlo y es realmente sorprendente, una delicia de vino tinto».
La intención ya no es la de ampliar horizontes. Desde Ollauri hasta Villalba, pasando por Briones, Haro y Rodezno, Bodegas Valenciso mira satisfecha dos décadas de esfuerzo tras 37 de experiencia, mira a sus 150.000 botellas que se etiquetan al año y que se exportan a 40 países y mira las viñas, «muchas de ellas muy interesantes», que cada otoño se recogen a mano. «Que venga lo que tenga que venir».